Contes | Revista 601/12/2001

Historieta

Esto le sucedió a aquel rey que se llamaba Pedro I, de sobrenombre el Cruel, que fue rey de Castilla.

Pues, como todos sabemos, fue un rey muy justiciero y también fue un rey que hizo cosas buenas por España durante su reinado, que fue muy corto como todos sabemos. Este rey también tenia una forma de ser y de pensar, que no le favorecia como rey, pues se sentia tan convencido que sabía más que ninguno de los mortales.

Esto lo que os voy a explicar es una de las anécdotas que le sucedieron. Esto le sucedió un día que fue de caza con todos sus servidores y amigos, cuando decidieron regresar a palacio se formó una tormenta y tuvieron que refugiarse en un viejo convento.

Allí habían unos pobres monjes que se cuidaban de trabajar la tierra para poder sobrevivir. Los monjes recibieron a su majestad y a sus amigos con todo el respeto que un rey se merece.

A continuación se pusieron a cocinar los pocos alimentos que poseían y al final consiguieron poder presentar una comida que le agradara a su majestad.
El rey se sentía sumamente complacido.

La cena le agradó tanto al rey que comió hasta la saciedad. Una vez que ya había terminado la cena, el rey hizo una cuantas preguntas a los monjes, a lo que los pobres monjes contestaron con mucha humildad. Pero el rey seguía pensando que él era un ser perfecto.

El rey se dirigió a uno de los monjes y le dijo:

– A ver, usted que tiene cara de listo, haga usted el favor de contestarme estas tres preguntas que le voy a hacer.
–
La primera es: ¿Cuánto valgo yo como rey? Quiero saber su opinión.

La segunda es:¿Qué distancia hay desde la tierra a la luna?, y quiero que sea exacto, ni un metro más ni un metro menos.

La tercera: ¿Qué le ponen ustedes a la comida que yo no había comido nunca tan bien como he comido aquí? Y ahora quiero que vengan los cocineros de este convento y que guisen para mí.

Y así fue, bajaron los cocineros a otro convento que había en Madrid y cada día le mandaban la comida cocinada por ellos.

Ellos hacían todo lo posible para que el rey estuviera contento, pero el rey no la encontraba buena. Cuando había pasado una semana, el rey les preguntó a los monjes que estaban en la cocina:

Por favor, ¿ya tienen ustedes las respuestas?

Y uno de los monjes le dijo:
– Sí, majestad

– Pues bién, ¿cuánto valgo yo?
y sigue:
– Su majestad vale 29 monedas

y el rey dijo:
– ¿Y porqué valgo tan poco si yo soy el rey?
y contestó:
– Sí, majestad, pero Jesucristo lo vendieron por 30 y era el hijo de Dios
Así el rey quedó convencido.

- Pues bien, y la segunda: ¿qué distancia hay desde la tierra a la luna? Y quiero que sea exacto

El monje le dijo:
–Verá, majestad, aproximadamente cuatrocientos mil quilómetros

Y dijo el rey muy enfadado:
-No estoy de acuerdo

Entonces le dijo el pobre monje con mucho miedo:
– Majestad, busque un ingeniero de caminos y dígale que mida

El rey no se sentía convencido y seguía pensando que continuaba siendo el ser más perfecto de la tierra, pero ¿Qué podía hacer para poderlo medir?

– Y la tercera respuesta: ¿Qué es lo que le ponían ustedes a la comida en el convento que ahora no la encuentro tan buena?

– Sí, majestad – Le dijo el monje
– ¿Sabe porqué aquel día la encontró tan buena? Porqué su majestad tenía mucha hambre y dice el refrán que cuando tenemos hambre todo lo encontramos bueno.

Y esas son las tres respuestas que su majestad nos ha preguntado
Así el rey quedó convencido y vió que aquellos pobres monjes sabían más que él, a pesar de ser rey.

Antonio Diaz G.



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